26 de abril de 2010

Tánger

Tánger huele a especias, a comino, a curry, a couscous y a piel curtida por el sol. Está llena de callejas, cafés, tiendas típicas y bazares por los que se cuelan los turistas en busca de gangas que traer a España. Es la ciudad que conecta África con Europa, en la que las olas del suave Mediterráneo se abrazan con el azul Atlántico.

Tánger ha sido romana, bizantina, portuguesa, inglesa, francesa, española y por fin marroquí. Eso la convierte en una tierra de llena de contrastes, llena de culturas. Tierra de religiones musulmana, judía y cristiana, todas conviviendo en paz.

Tánger, mi primer contacto con Marruecos, que no el último, ha sido para mí, sorprendente e inesperada. Hay quien dice que la cultura árabe te enamora, o te repele. Yo sin duda soy de las primeras y repetiré seguro. Me ha fascinado la comida, el ruido, el té moruno con menta, el Petit Socco, las farmacias bereber ... Pero lo mejor sin duda, el trato de sus gentes: su disposición, su amabilidad, la cortesía hasta en el regateo, y sobre todo el esfuerzo que hacen por adaptarse a los occidentales, entender nuestra lengua y respetar nuestra cultura.

Tánger no es la ciudad más hermosa que he visitado, ni la más fascinante, ni siquiera la más grande o espectacular. Pero sus calles están llenas de encanto. Quizás sea la luz, quizás sea la mezcla de colores. Quizás sea el sonido, el movimiento, el resonar lejano de la llamada a la oración. Tánger es tan bonita que aún deshaciendo la maleta no he vuelto del todo ...