23 de febrero de 2015

Clara y los 32

Voy a obviar el tiempo que hace que no escribo. Así no hay quién se retire del mundanal ruido a una casita en la toscana italiana para vivir de la literatura y de escribir. Iba a tener un huerto con tomates y fresas para hacer conservas caseras muy ricas, y gallinas que me dieran huevos de dos yemas, y vería ponerse el sol todas las tardes desde mi porche de madera y las vecinas me querrían mucho y me vendrían a traer queso gorgonzola (que me pirra), y hablaríamos italiano, que es un idioma taaaaan bonito ... Fin de la historia. Así no vamos a llegar nunca. 

Acabo de cumplir 32 años y vengo a contaros que he sufrido una transformación bastante importante. Transformación que venía ya asomando hace unos meses. Y es que se me ha soltado la lengua. Pero sin control. Sin filtro social como dice una amiga mía. No es que yo antes no hablara, al revés, pero era bastante comedida en lo que decía. O al menos cuidaba no hacer daño a la otra persona, y si no la conocía, no decía ni mu. Pero ahora, contesto a todo, sin eso, sin filtro social, y justo lo que siento en ese momento. Me he vuelto una descarada, que diría la que me parió. 

La hipocresía nunca me pareció un defecto, o al menos no uno de los más graves. Creo que en su justa medida y en determinadas situaciones sociales es un don (si, he dicho don) imprescindible. Sé que algunos me catalogaban como un poco falsilla, pero es que tanta sinceridad de golpe sin venir a cuento a mi no me ha gustado nunca... Me daba mucho apuro decir algo fuera de lugar aunque esa persona lo pidiera a gritos. Evitaba por todos los medios un enfrentamiento, una crítica sin venir a cuento o crear una situación incómoda, sobre todo para los demás y especialmente si no eran allegados. Así que aguantaba y la incómoda era yo, que me quedaba con una sensación más mala, y luego siempre criticaba mucho por detrás (pero vamos, que eso lo hacemos todos, los sinceros y los no tan sinceros, así que no me crucifiquéis). 

¿No habéis pensado nunca eso de "tenía que haberle contestado esto" o "porqué me habré quedado muda si con esto lo hubiera desmontado"? Pues eso. Siempre me callaba y luego en casa me subía por las paredes pensando lo genial que hubiera sido dar una contestación que hubiera quedado callada a la otra persona. Me recomía y me duraba la sensación horas, y si había sido algo grave, a veces incluso días. Eso unido a una necesidad imperante de obtener la aprobación de los demás, me ha llevado a tener la boca cerrada en muchas más ocasiones de las que cualquiera en otra situación hubiera aguantado y algunas veces eso conllevaba un sufrimiento. Aunque hablo de círculos no allegados y con gente desconocida o no  muy cercana, que con los míos siempre he sido una guerrera. Digo esto porque mi padre me estará leyendo ahora y pensará "Clara por dios, que digas que siempre has puesto buena cara y no has contestado nunca..." Fuera de casa papá, hablo de fuera de casa, por ejemplo en el trabajo o en la cola del supermercado, o en una tienda con un dependiente ...  

Pues se ve que mi cerebro ha llegado al nivel extremo de saturación de callarse cosas y le ha mandado la orden a mi lengua de que no le cabe más y que por favor no le de más trabajo, que ahora está concentrado en muchas cosas, y algunas muy importantes. Eso o que empieza la degeneración de mis neuronas. El caso es que la muy puta se ha soltado (la lengua, digo). ¿Véis? Hasta con palabrotas y todo. Está descontrolada y dice que los 32 son una edad estupenda para empezar a soltar lastre. Ha sacado a la guerrera de casa y ahora la pasea por todos lados. Me di cuenta un día haciendo cola en el centro de salud con todas las maris allí arreglando el mundo, y que luego coroné con el médico dentro; otro día negociando con un gitano en el mercadillo me dijo mi marido qué quién era yo que había secuestrado a su antigua mujer y ayer en el baño de una cafetería dejé planchada a una convención de abuelas malvadas que estaban haciendo un complot para no dejarme hacer pis.

Qué chorrada, pensaréis. Pues me da igual. Me he dado cuenta de que al decir lo que pienso en el momento ya paso página, que no me llevo ningún pensamiento a casa y que critico infinitamente menos (porque ya lo suelto en la cara del que sea). Me siento más libre, más mayor y más descarada. Y me gusta. Me gusta no, me encanta mi nueva yo. 

Así que probablemente notéis que el blog cambie un poquito con respecto a los años que llevamos funcionando, porque ya no mediré tanto las historias para que sean perfectas, divertidas, amables, que no ofendan, que queden buen sabor de boca ... Lo voy a convertir en una herramienta de desahogo porque me está quedando el cutis de lo más suave. ¿Voy a escribir más? Probablemente no. ¿Voy a poner a la gente a caldo? Claro que no, pero seguramente no todo lo que escriba les guste a todo el mundo. Algunos lectores se quedarán por el camino, otros me aplaudirán, algunos me criticarán en el salón de sus casas pero seguirán mirando por un agujerito y espero que haya muchos que lleguen para quedarse. Pero en cualquiera de las situaciones estaré contenta, porque voy a ser más Clara y clara que nunca. 

Bienvenidos a mi nuevo yo, rojo y descarado. 
Porque me gusta. Porque me sienta bien. Porque me lo pide el cuerpo. Porque tengo 32 años y el tiempo pasa volando y no quiero arrepentirme de las cosas no dichas en el momento en el que tuvieron que hacerse. Y porque me he comprado una barra de labios roja que es la mejor compañía para una lengua descarada. No sé que tendrán los febreros para Clara que sufre unas transformaciones ...

Bienvenidos a mi nuevo yo, rojo y descarado. Clara Como La Vida Misma.