No se habla de otra cosa. Ayer los teléfonos no paraban de sonar. Todos, incluidos los más pequeños, salían a la calle para disfrutar de la nevada. Los periódicos y telediarios nos cuentan la crónica desde esta mañana. Hacía 27 años que no vivíamos algo igual, o al menos parecido.
Y sé que son exactamente 27 años (a falta de un mes exacto) porque llevo escuchándolo desde que tengo uso de razón: "el día que tú naciste, nos levantamos con un manto blanco cubriéndolo todo, hacía un frío increíble y había nevado en la ciudad, fue la última vez". Y con esa sentencia: "el día que tú naciste, nevó por última vez" he crecido toda mi vida. Con cierto sentido de culpa, como si por mi llegada a este mundo la nieve nos hubiera abandonado. Con la creciente esperanza de que a modo de regalo de cumpleaños la estampa volviera a repetirse. Con nostalgia de un día que se vivió intensamente, que no recuerdo, pero que todos los que me quieren tienen muy presente.
Ayer, poco menos de un mes para la fecha, como anticipo de regalo de cumpleaños, el teléfono me sacó de la cama a trompicones, camino de la casa de campo de la familia. Increíble paisaje durante casi 50 kilómetros. Cada cruce una sorpresa, casa sitio reconocible un suspiro, cada curva una foto, ansiosas mi hermana y yo de inmortalizarlo todo. Pero si el viaje fue emocionante, resbalones en el hielo incluidos, el llegar al sitio que te ha visto crecer, y encontrarlo todo blanco, no tiene palabras.
Espectacular. Inmaculado. Precioso. El porche de la casa impresionante, resguardado por mi padre, en guardia para que nadie pisara la nieve virgen y pudiéramos disfrutarla. No paramos de reír, de saltar, de gritar, de hacer mil fotos. Encantados si nos quedábamos aislados y no hubiéramos podido volver a casa. Encantados de que el temporal nos diera la oportunidad de disfrutar de unas horas más de la nieve. Encantados por poder vivir esta experiencia y volver a ser niños de nuevo.
No cambiaría por nada el día de ayer. Ya veis que cosas, con que poco me conformo. Un poquito de nieve. La ilusión de mi padre por que llegáramos a tiempo, las lágrimas incontenibles de mi hermana, la emoción de mi madre transmitiéndome la nevada en la ciudad minuto a minuto. Incluso los instantes más difíciles en los que no podíamos sacar el coche de la nieve, incluso ahí, estuve disfrutando como una niña. Estos son los momentos que merecen la pena, los que te quedan sin aliento y te hacen mantener en la memoria años y años. Ahora entiendo porque las circunstancias de mi nacimiento son tan recordadas. Ahora sé que este domingo del mes de enero no se me olvidará en la vida. Y ahora tendremos que decir: "cuando tú naciste nevó en la ciudad ... y ya no volvió a hacerlo hasta el año que te casaste ...".
Y sé que son exactamente 27 años (a falta de un mes exacto) porque llevo escuchándolo desde que tengo uso de razón: "el día que tú naciste, nos levantamos con un manto blanco cubriéndolo todo, hacía un frío increíble y había nevado en la ciudad, fue la última vez". Y con esa sentencia: "el día que tú naciste, nevó por última vez" he crecido toda mi vida. Con cierto sentido de culpa, como si por mi llegada a este mundo la nieve nos hubiera abandonado. Con la creciente esperanza de que a modo de regalo de cumpleaños la estampa volviera a repetirse. Con nostalgia de un día que se vivió intensamente, que no recuerdo, pero que todos los que me quieren tienen muy presente.
Ayer, poco menos de un mes para la fecha, como anticipo de regalo de cumpleaños, el teléfono me sacó de la cama a trompicones, camino de la casa de campo de la familia. Increíble paisaje durante casi 50 kilómetros. Cada cruce una sorpresa, casa sitio reconocible un suspiro, cada curva una foto, ansiosas mi hermana y yo de inmortalizarlo todo. Pero si el viaje fue emocionante, resbalones en el hielo incluidos, el llegar al sitio que te ha visto crecer, y encontrarlo todo blanco, no tiene palabras.
Espectacular. Inmaculado. Precioso. El porche de la casa impresionante, resguardado por mi padre, en guardia para que nadie pisara la nieve virgen y pudiéramos disfrutarla. No paramos de reír, de saltar, de gritar, de hacer mil fotos. Encantados si nos quedábamos aislados y no hubiéramos podido volver a casa. Encantados de que el temporal nos diera la oportunidad de disfrutar de unas horas más de la nieve. Encantados por poder vivir esta experiencia y volver a ser niños de nuevo.
No cambiaría por nada el día de ayer. Ya veis que cosas, con que poco me conformo. Un poquito de nieve. La ilusión de mi padre por que llegáramos a tiempo, las lágrimas incontenibles de mi hermana, la emoción de mi madre transmitiéndome la nevada en la ciudad minuto a minuto. Incluso los instantes más difíciles en los que no podíamos sacar el coche de la nieve, incluso ahí, estuve disfrutando como una niña. Estos son los momentos que merecen la pena, los que te quedan sin aliento y te hacen mantener en la memoria años y años. Ahora entiendo porque las circunstancias de mi nacimiento son tan recordadas. Ahora sé que este domingo del mes de enero no se me olvidará en la vida. Y ahora tendremos que decir: "cuando tú naciste nevó en la ciudad ... y ya no volvió a hacerlo hasta el año que te casaste ...".
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