Mi cuerpo va con retraso. Exactamente dos horas delayed. Y es que la hiperactividad que experimento en estas últimas semanas me está afectando el ritmo vital. Estoy haciendo terapia de sillón mientras mi marido prepara el regalo de cuarto mesiversario. Ha decido que hoy toca menú nupcial y doy fe de que se lo está currando, porque lo he visto pasar con un montón de bolsas a la cocina (ahora mismo territorio comanche) y de lejos podía ver la bandejita de jamón y lomo, los langostinos y alguna delicatessen más. Se lo está currando tanto, que me están entrando ganas de plantarme mi traje de novia, por aquello de darle realismo a la cosa, pero me da a mi que no cuela.
Me voy del tema, yo os contaba lo del retraso. El caso es que yo me meto en la cama a la medianoche justita, y no es hasta un par de horas después cuando me vence el sueño. Por la mañana no quiero ni contaros como me despierto, con 5 horas de relax pal cuerpo ... No soy persona hasta las 9, la hora del desayuno reconstituyente, o sea, 2 horas después de que suene el despertador. Anoche, dando vueltas en la cama, pensaba: "Joder, ya podía tener el sueño de esta mañana y caer rendida, que me he levantado y casi le digo al del bar que el café, en vez de en la taza, me lo tirara a la cara a ver si me despejaba". Y lo peor es que este maldito ciclo se repite todos los días y me está agotando las neuronas.
Gracias a dios, y por el bien de mis alumnos, ellos tienen clase cuando mi reloj interno y el oficial están sincronizados. Habéis escuchado bien, mis alumnos. Porque sí señores, ya me estrené como profesora de pleno derecho en la Universidad y me paseo por los pasillos con mi botella de agua y mis notas de clase, saludo a aquellos que un día me enseñaron a mi, recojo llaves, abro aulas, enciendo proyectores, firmo partes de asistencia, y hago todas esas cosas que hacen los mayores.
Me hace mucha ilusión, y lo estoy disfrutando mucho. Es verdad que ahora lo veo con un poco más de perspectiva, y tengo que reconocer que los primeros días no fueron fáciles. Pero bueno, nadie nace sabiendo ¿no? y a base de practicar mucho, aprenderé. Porque es duro, muy duro, mucho más de lo que pensamos cuando somos alumnos, cuando no respetamos a quien tenemos delante y lo vemos como alguien que siempre estuvo ahí, que todo tiene que saberlo y que ni siente ni padece.
Ahora valoro mucho a todos los que se atrevieron a ponerse delante nuestra, una masa incontrolable de jóvenes recién horneados ávidos de aprender algunos, de pasar el tiempo otros. Admiro a los que se atrevieron a enseñarnos, y admiro mucho más a aquellos que lo consiguieron. Qué difícil es, no sabéis el mérito que tienen.
El otro día mandaba a callar a dos chicas. No sabía lo que desconcentraba un murmullo hasta que no lo he sufrido en mis propias carnes. Intentaba recordar todo el temario sin mirar la chuleta, decirlo de manera que se entendiera, relacionar conceptos, hablar claro, no olvidarme pasar la diapositiva y controlar al resto de la clase. Ahm, y no olvidarme de respirar y esas cosas básicas de la vida. Y cuando era la tercera vez que les ordenaba silencio, me fijé dónde estaban sentadas. Tercera fila empezando por delante, derecha, tercer y cuarto asiento. ¿Te suena amiga? El mismo sitio desde el que tú y yo, hace poco menos que una década nos contábamos nuestras vidas, el plan del fin de semana y disertaciones varias que creíamos cuestión de estado.
No saben que yo ya he pasado por allí, que no hace tanto tiempo era una de ellos, y que cuento con la ventaja de haber vivido en las mismas aulas, la misma gente, solo que en momentos diferentes. Me gusta dar clase. Me gustan los alumnos, y me gustaría poder enseñarles y aconsejarles bien. Lo que les depara esta profesión que han elegido, qué se van a encontrar por el camino. Aquello que realmente aprovecharán de verdad, lo que pueden guardar en un cajón. Dónde encontrarán los fracasos en su viaje y dónde tienen que buscar los éxitos. Pero se que no me harán caso, como nosotras no lo hicimos a quienes lo intentaron en su día. De todas maneras, espero poder seguir intentándolo mucho tiempo. Como diría mi compañera de clase: "Amiga, definitivamente te has pasado al otro lado". Lo hice, sí. Me encanta. Y que dure muchos años.
Me voy del tema, yo os contaba lo del retraso. El caso es que yo me meto en la cama a la medianoche justita, y no es hasta un par de horas después cuando me vence el sueño. Por la mañana no quiero ni contaros como me despierto, con 5 horas de relax pal cuerpo ... No soy persona hasta las 9, la hora del desayuno reconstituyente, o sea, 2 horas después de que suene el despertador. Anoche, dando vueltas en la cama, pensaba: "Joder, ya podía tener el sueño de esta mañana y caer rendida, que me he levantado y casi le digo al del bar que el café, en vez de en la taza, me lo tirara a la cara a ver si me despejaba". Y lo peor es que este maldito ciclo se repite todos los días y me está agotando las neuronas.
Gracias a dios, y por el bien de mis alumnos, ellos tienen clase cuando mi reloj interno y el oficial están sincronizados. Habéis escuchado bien, mis alumnos. Porque sí señores, ya me estrené como profesora de pleno derecho en la Universidad y me paseo por los pasillos con mi botella de agua y mis notas de clase, saludo a aquellos que un día me enseñaron a mi, recojo llaves, abro aulas, enciendo proyectores, firmo partes de asistencia, y hago todas esas cosas que hacen los mayores.
Me hace mucha ilusión, y lo estoy disfrutando mucho. Es verdad que ahora lo veo con un poco más de perspectiva, y tengo que reconocer que los primeros días no fueron fáciles. Pero bueno, nadie nace sabiendo ¿no? y a base de practicar mucho, aprenderé. Porque es duro, muy duro, mucho más de lo que pensamos cuando somos alumnos, cuando no respetamos a quien tenemos delante y lo vemos como alguien que siempre estuvo ahí, que todo tiene que saberlo y que ni siente ni padece.
Ahora valoro mucho a todos los que se atrevieron a ponerse delante nuestra, una masa incontrolable de jóvenes recién horneados ávidos de aprender algunos, de pasar el tiempo otros. Admiro a los que se atrevieron a enseñarnos, y admiro mucho más a aquellos que lo consiguieron. Qué difícil es, no sabéis el mérito que tienen.
El otro día mandaba a callar a dos chicas. No sabía lo que desconcentraba un murmullo hasta que no lo he sufrido en mis propias carnes. Intentaba recordar todo el temario sin mirar la chuleta, decirlo de manera que se entendiera, relacionar conceptos, hablar claro, no olvidarme pasar la diapositiva y controlar al resto de la clase. Ahm, y no olvidarme de respirar y esas cosas básicas de la vida. Y cuando era la tercera vez que les ordenaba silencio, me fijé dónde estaban sentadas. Tercera fila empezando por delante, derecha, tercer y cuarto asiento. ¿Te suena amiga? El mismo sitio desde el que tú y yo, hace poco menos que una década nos contábamos nuestras vidas, el plan del fin de semana y disertaciones varias que creíamos cuestión de estado.
No saben que yo ya he pasado por allí, que no hace tanto tiempo era una de ellos, y que cuento con la ventaja de haber vivido en las mismas aulas, la misma gente, solo que en momentos diferentes. Me gusta dar clase. Me gustan los alumnos, y me gustaría poder enseñarles y aconsejarles bien. Lo que les depara esta profesión que han elegido, qué se van a encontrar por el camino. Aquello que realmente aprovecharán de verdad, lo que pueden guardar en un cajón. Dónde encontrarán los fracasos en su viaje y dónde tienen que buscar los éxitos. Pero se que no me harán caso, como nosotras no lo hicimos a quienes lo intentaron en su día. De todas maneras, espero poder seguir intentándolo mucho tiempo. Como diría mi compañera de clase: "Amiga, definitivamente te has pasado al otro lado". Lo hice, sí. Me encanta. Y que dure muchos años.
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