Ayer estuvimos en Ikea. Domingo de muebles, comida de nombre imposible y mónteselo usted mismo. Me encanta. Pero nunca jamás de los jamases lo hagáis un domingo. Y menos cuando el lunes madrugas. Y mucho menos si ese lunes se inauguran los cursos de verano que organizas. Es la muerte.
Y entono el mea culpa, lo reconozco. Pero tengo mis razones. Resulta que desde hace unas semanas estoy terminando mi proyecto de investigación en publicidad. Lo que implica ordenador, libros, apuntes, folios, rotuladores, post-it y mil cosas para trabajar. Me gusta desperdigarlo todo en la mesa y tenerlo a mano. Me gusta investigar en superficies amplias. Pero lo más amplio que tengo en mi apartamento es la mesa del comedor. Dónde evidentemente comemos. Todos los días saca el trabajo, reparte, localiza, ordena y redacta. Y luego recoge y coloca, y vuelve a empezar. Imposible trabajar a gusto, mis neuronas sufren mucho, pero es lo que hay. Bueno, era lo que había hasta ayer, porque en Ikea compré la mesa de mi vida. Amplia no, ¡enorme!, blanca y de cristal, con silla de piel a juego. Oferta de la web, amor a primera vista, solo hasta el domingo. Y una vez localizada ya no fui capaz de trabajar en ningún sitio más, no supe hacerlo. No me imaginaba a mí misma en otra silla, en otra mesa (y menos en la del salón). Así que me planté con mi futuro y mi madre en Castilleja de la Cuesta.
Los primeros en llegar, no nos fueran a quitar la mesa y dejara el proyecto a medias, que yo os juro que si no es en mi mesa nueva, no soy capaz de redactarlo. Desayuno 1 euro; primera vuelta con compra correspondiente; perrito y coca cola 1 euro; segunda vuelta y paso por caja; comida (adoro las albóndigas y los postres suecos) y última vuelta. Esta ya de cortesía, porque para salir del restaurante es necesario atravesar todo el almacén, así bajamos la comida. Yo creo que además está todo calculado, porque siempre acabamos pasando por caja la tercera vez. No sé como hay cosas que son imprescindibles y que no veo en la primera batida (a mi me da que las van sacando según nos ven entrar por las secciones, se me debe notar la adicción Ikea).
Por si fuera poco, visita a Decathlon y tiendas varias, porque ya que estamos … a mi novio le da como cargo de conciencia hacer más de 200 kilómetros y gastar menos de 200 euros, dice que no le cunde. Para rematar llega a casa y monta la mesa sí o sí, y coloca todas las cosas que has comprado, que no necesitabas pero que eran monísimas e hiperbaratas, y ahora no sabes dónde ponerlas.
Y esta mañana levántate a las 7 para estar monísima de la muerte, despejada y simpática, rematar los flecos que han quedado sueltos y aguantar estoicamente las dos conferencias de la mañana. Ni he ido a casa a comer, hoy me toca jornada intensiva. Y mañana más, con presentación de ponentes incluida …
Estoy agotada, mi cuerpo ahora mismo solo procesa café, si es en vena mejor. Y ni siquiera se a que hora saldré de aquí. Deseando estoy que llegue la hora y pueda repartir el millón de folios encima de mi nueva adquisición, tan blanquita y tan grande. Entonces valoraré si ha merecido la pena este lunes infernal.
Y entono el mea culpa, lo reconozco. Pero tengo mis razones. Resulta que desde hace unas semanas estoy terminando mi proyecto de investigación en publicidad. Lo que implica ordenador, libros, apuntes, folios, rotuladores, post-it y mil cosas para trabajar. Me gusta desperdigarlo todo en la mesa y tenerlo a mano. Me gusta investigar en superficies amplias. Pero lo más amplio que tengo en mi apartamento es la mesa del comedor. Dónde evidentemente comemos. Todos los días saca el trabajo, reparte, localiza, ordena y redacta. Y luego recoge y coloca, y vuelve a empezar. Imposible trabajar a gusto, mis neuronas sufren mucho, pero es lo que hay. Bueno, era lo que había hasta ayer, porque en Ikea compré la mesa de mi vida. Amplia no, ¡enorme!, blanca y de cristal, con silla de piel a juego. Oferta de la web, amor a primera vista, solo hasta el domingo. Y una vez localizada ya no fui capaz de trabajar en ningún sitio más, no supe hacerlo. No me imaginaba a mí misma en otra silla, en otra mesa (y menos en la del salón). Así que me planté con mi futuro y mi madre en Castilleja de la Cuesta.
Los primeros en llegar, no nos fueran a quitar la mesa y dejara el proyecto a medias, que yo os juro que si no es en mi mesa nueva, no soy capaz de redactarlo. Desayuno 1 euro; primera vuelta con compra correspondiente; perrito y coca cola 1 euro; segunda vuelta y paso por caja; comida (adoro las albóndigas y los postres suecos) y última vuelta. Esta ya de cortesía, porque para salir del restaurante es necesario atravesar todo el almacén, así bajamos la comida. Yo creo que además está todo calculado, porque siempre acabamos pasando por caja la tercera vez. No sé como hay cosas que son imprescindibles y que no veo en la primera batida (a mi me da que las van sacando según nos ven entrar por las secciones, se me debe notar la adicción Ikea).
Por si fuera poco, visita a Decathlon y tiendas varias, porque ya que estamos … a mi novio le da como cargo de conciencia hacer más de 200 kilómetros y gastar menos de 200 euros, dice que no le cunde. Para rematar llega a casa y monta la mesa sí o sí, y coloca todas las cosas que has comprado, que no necesitabas pero que eran monísimas e hiperbaratas, y ahora no sabes dónde ponerlas.
Y esta mañana levántate a las 7 para estar monísima de la muerte, despejada y simpática, rematar los flecos que han quedado sueltos y aguantar estoicamente las dos conferencias de la mañana. Ni he ido a casa a comer, hoy me toca jornada intensiva. Y mañana más, con presentación de ponentes incluida …
Estoy agotada, mi cuerpo ahora mismo solo procesa café, si es en vena mejor. Y ni siquiera se a que hora saldré de aquí. Deseando estoy que llegue la hora y pueda repartir el millón de folios encima de mi nueva adquisición, tan blanquita y tan grande. Entonces valoraré si ha merecido la pena este lunes infernal.
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