23 de abril de 2014

Clara devoradora de libros

Mis padres me enseñaron a leer antes de empezar el colegio porque decían que resultaba un coñazo estar siempre contestando a la pregunta: ¿papá/mamá qué pone ahí? Ya véis, yo no era una niña de porqués, era una niña que obligaba a mis padres a leerme carteles y vallas publicitarias cuando salíamos a la calle. Mi primer año en el colegio, mientras mis compañeros aprendían la m con la a, yo leía libros del Barco de Vapor ¿los recordáis? eran los mejores libros del mundo mundial. Recuerdo un día que mi padre me regaló uno de ellos al llegar del trabajo. Se llamaba "El Huracán Machacapalabras" y todavía lo conservo. Me lo leí ese mismo día mientras mi madre veía la novela. Que aquí hago un inciso, que mi madre no es de novela (que como lo lea se va a enfadar), pero cuando el boom de Cristal se enganchó y se la tragó enterita (y no lo niegues mamá que yo me acuerdo). Y lo recuerdo muy bien, porque me dejó toda la siesta a mi aire. Que veáis que también he sido una niña muy aferrada a los detalles. Estábamos en la hora de la siesta, con Cristal de fondo. Y yo leyendo mi libro. Me lo acabé, de un tirón, no descansé ni para beber agua. A mi favor debo decir que era muy cortito. Pero cuando mis padres se enteraron, en vez de felicitarme por ser una niña superdotada en la lectura, se cogieron un mosqueo del quince. Y me dijeron que ya no me comprarían más libros porque no me duraban nada y tenía que aprender a dosificarlos. Para que veáis los esfuerzos que he tenido que hacer, menos mal que no me ha quedado trauma, pero porque también he sido una niña muy estable. Los libros juveniles se acabaron ese mismo día, sólo los recibiría en cumpleaños y reyes, pero el resto de los 363 días del año, tenía que seguir leyendo.

Entonces no tuve más remedio que acudir a la biblioteca inmensa y de lo más variopinta de mi madre, y así, con poco más de diez años, leí por primera vez la Casa de los Espíritus (dos veces seguidas). Luego llegó Flores en el Ático, Cañas y Barro y Los Santos Inocentes (que por cierto, también me lo leí de un tirón un sábado campero). Todo un poco truculento, pero como era una niña estable (que ya lo he dicho) y mis padres no se coscaban de mis robos de libros, no hemos tenido que lamentar consecuencias, más allá de un gusto por la tragedia que todavía controlo. Con trece años cayó en mis manos Cien Años de Soledad. No es lectura para una niña, pero es que yo me lo merendaba todo. Recuerdo haberlo disfrutado como pocos, pero también recuerdo llorar mucho al final. No porque me diera pena como acaba. Lloraba porque se había terminado la lectura, porque no podría volver a imaginar a los personajes, sus caras, sus voces, ni tampoco los escenarios, ni los olores y luces que componían la historia (sí, toda esa vida interior tengo cuando leo). Lloraba mucho porque tenía que despedirme de ellos, y aunque volviéramos a reencontrarnos, yo sabía que nunca sería como la primera vez.

Fue la primera vez que me pasó, pero ese llanto de despedida, desde entonces me ha acompañado en muchas lecturas, y siempre que leo un buen libro, no puedo evitar una lágrima al despedirnos. A lo largo de estos años han pasado por mis manos obras de todo tipo. Durante un tiempo solo leía un libro y no lo dejaba hasta acabarlo, por malo que fuera. Siempre tenía la esperanza de que podría mejorar. Con el tiempo he aprendido que algunos nunca mejoran y a veces hay que abandonar. También he aprendido a compaginar lecturas y leer varios libros a la vez, dependiendo de mi estado de ánimo. 

Mis padres me dicen que tengo mucha imaginación. Mi hermana, que vaya vida interior que me monto. Mis profesores siempre alabaron mi expresión escrita y que no cometía ninguna falta de ortografía. Mis amigos me dicen que soy muy divertida contando historias. Mi marido, que transmito siempre justo lo que quiero decir, y no otra cosa. Y vosotros, todos los que leéis el blog, que os encanta Clara. Pues que sepáis que cada una de esas cosas, vienen todas del mismo sitio. De la niña repelente que todo lo quería saber y que descubrió en los libros a sus mejores aliados, compañeros y amigos. Que aprendió a leer antes que nadie y que duerme con un libro en la mesilla hasta cuando va de camping. Que tiene un revistero en el cuarto de baño y que ha sucumbido a los tiempos modernos y al libro electrónico pero que disfruta de lo lindo manoseando las páginas de un buen libro en papel. Que cree que todos los días, deberían ser el día del libro.

Y otra cosa quiero decir, para que ya se os caiga el mito del todo. He leído los libros de Jorge Javier Vázquez, Belén Esteban y David Rocasolano. Los dos últimos son infumables, pero el primero me encantó y no me avergüenzo ni un ápice. Porque también he leído El Quijote y La Celestina, y no porque ningún profesor de literatura me lo mandara, sino porque me apetecía hacerlo. Con esto quiero decir, que lo importante es alimentarse leyendo, abrir la mente, explorar otros mundos, viajar a lugares inventados e imaginar personas que nunca existieron. Y que si en ese proceso de alimentación, entre solomillo y solomillo, te apetece una hamburguesa, pues te la comes sin dar explicaciones a nadie. Que es lo que hago yo. Como dice la enganchada a Cristal: tú hija, haciendo siempre, lo que te da la gana ...

Feliz día del libro. Clara Como La Vida Misma.